12 de Octubre de 2008* ...............Avenida de las Juventudes Musicales.
Glorieta Olimpica. / .SE-30 ./ .Sevilla.
No quitéis las banderas
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Algunos hemos tenido un sueño. Puede que sea el de una noche de verano, pero fue bonito mientras duró. Era un paisaje de banderas que seguían representando, pese a todo, a una nación que se había constituido a sí misma. No la habían inventado los poderosos, ni era signo de dominio de unos sobre otros. Era la bandera de la única igualdad posible: la de los hijos de Dios unidos por un idioma, por una historia, por un solar. Fue el fútbol, ya lo sé; o sea, la habilidad de veintidós hombres que, si el árbitro no se interpone, dirimirán en liza cuántas veces entra una pelota entre una línea y tres palos. Es sólo y a la postre un trabajo con el azar. La física, esa jugadora invisible, es quien al final decide. Y sin embargo, tuvo este experimento de noventa minutos la virtud de sacar, no se sabe muy bien de dónde, las banderas de una nación a la calle.
Lástima que no fuera el atentado persistente contra la vida más indefensa, con los nacionales nonatos, lo que llevara las manos de la gente hasta el arcón de las viejas perdurables banderas para protestar con ellas en los balcones. Qué pena que se haya recorrido tan largo y tortuoso camino desde los primeros escarceos con los agentes de la división sin que nadie haya desdoblado las telas rojas y amarillas para oponerse en las fachadas. Llegó un momento en que esto parecía una reunión de apátridas. Sólo aparecían a veces algunas banderas tricolor enarboladas por la extrema izquierda.
Y resulta que ha sido un gol el que ha poblado España de sus propias banderas. Las vigentes. Las constitucionales. Las que mantienen intactas su poder de convocatoria como banderín de enganche de la gran aventura que concierne a todos los españoles. Pues bien, he aquí mi sueño: no que un balón que va adonde lo lleva el viento tras haber recibido el impulso de un cabezazo o un puntapié entre unos centímetros dentro de una escuadra, y que por eso tanta gente grite que es español. Sino al revés. Que porque nos sentimos españoles nos alegramos de que ese esférico de cuero se tiña con los colores de nuestra identidad como país.
Mi sueño —y tal vez el de muchos que no pueden escribir en los periódicos— es que esas banderas no desaparezcan de donde están. Y si ya se han ido, que vuelvan, aunque no haya mundiales. Ojalá esas banderas hayan llegado para quedarse todos y cada uno de los días de todos los años venideros. Como en los Estados Unidos, que éste también lo sea. A ver si así les sirven de sirena a los dormidos tripulantes de la realidad que esas banderas encarnan.
Ángel Pérez Guerra / Callejón de la vida / ABC de Sevilla / Viernes, 23.VII.10
* En primer término, mi sobrino Gonzalo ............
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3 comentarios :
El problema es que partimos del hecho de que, en primer lugar, todos los símbolos españoles -desde la Cruz de San Andrés a la bicolor rojigualda, pasando por la tricolor republicana o el águila de San Juan- han sido en la mayoría de los casos objeto de una apropiación indebida por parte de una ideología, y en segundo lugar, muchos de los símbolos nacionales así como también muchos de los regionales han sido malinterpretados, desviando el contenido semiológico que tenían en origen. Todo esto no hace más que crear confusión en el ciudadano de a pie. Por esa misma razón lo más cabal sería volver a los símbolos originarios.
Más graves que ese problema que mencionas -que sí, que sería ridículo negar que existe, pero con cuyo diagnóstico estoy parcialmente de acuerdo, sólo parcialmente, primero porque que se me antoja lo padece escasamente una minoría de la población, quizá parte de la élite política y de la denominada intelectual, y ciertos medios de comunicación, eso sí, todos muy ruidosos; y segundo, porque más que haber sido raptados por unos los símbolos nacionales, también en algunos casos los regionales, éstos han sido repudiados por otros, u obviados, en el mejor de los casos-, me parecen los que plantean la incapacidad de nuestro pueblo para asumir nuestra historia -claro que entre otras cosas hay que conocerla en su conjunto, por lo que se requiere sea transmitida sin sesgos-, y la tendencia adanista, íntimamente ligada al anterior y que de vez en cuando hace que perdamos la línea del horizonte, el norte, o lo que quiera que sea, no se si me explico; factores ambos que contribuyen más firmemente si cabe a esa confusión, por desgracia, en que estamos inmersos, a esa anomalía tan nuestra que nos lleva a negarnos a nosotros mismos cada cinco minutos, para, a continuación, reinventarnos por enésima vez, como diría alguien a quien tengo en mucha estima, "¡con lo que hemos sido!"; confusión que, a pesar de quienes se empeñan en fomentarla, desde el poder -¡que desgracia!- y ciertos medios –tanto a diestra, muy diestra, como a siniestra, igualmente muy siniestra-, fundamentalista y fundamentalmente, gracias al pueblo, hoy, entre otras cosas, mas viajado que nunca, pueblo que no es tan tonto como algunos piensan o les gustaría fuera, remite, como es natural, o ésa es mi humilde impresión, y no lo digo precisamente por la marea rojigualda que ha inundado todo, y cuando digo todo, quiero decir todo el país, España, hecho muy sintomático de todas formas del que algunos deberían tomar nota…
En cualquier caso -no sé si será lo más cabal- yo me quedo con esa maravillosa bandera que ondea por ahí arriba, esa preciosa bandera marinera, como no podía ser de otro modo, que adoptara para España hace más de dos centurias Don Carlos III, la bandera de mis amores, la que me enseñaron a amar, por todo lo que simboliza, en positivo, no contra alguien o algo, sino a favor de lo que simboliza, repito, desde niño...
España, por desgracia, tiene muchos enemigos exteriores, no buscados, por supuesto, al menos no en la actualidad. Muchos necesitan reafirmarse atacándola y otros defender sus intereses, llámense económicos, estratégicos o territoriales, a su costa; pero casi no les culpo por ello, pues considero que nuestro peor enemigo no viene de fuera, sino que convive entre nosotros: somos nosotros mismos. Y, a pesar de lo satisfechos que podemos estar de nuestra más reciente historia, dejando a un lado las glorias del pasado, de las que, al menos yo me enorgullezco asimismo, aunque sea pecado, pues estamos en lo de siempre, cuestionándonos a nosotros mismos y perdiendo el tiempo mientras los demás prosperan o tratan de superar sus problemas reales… Si nosotros mismos no nos respetamos y queremos un poco, sólo un poco, ¿quién va a venir de fuera a hacerlo? Pues aunque parezca mentira, por cierto, hay, hay quien viene... Es más, a veces me temo que hay más gente fuera que dentro de nuestras fronteras que sabe apreciarnos. ¡Qué fatalidad!
Ojalá esté cercano el día en que políticos y medios "eleven políticamente a rango de normal lo que en la calle es norma".
En fin, feliz fin de semana, don Andrés.
Pues estamos de acuerdo en el fondo. Mi escepticismo hacia la rojigualda me vino cuando descubrí que pudo haber sido otro diseño, que Carlos III no se basó en ningún criterio vexilológico o histórico a la hora de adoptar una nueva enseña nacional. Me gusta la Cruz de San Andrés, pero sobre ella pende la maldición de haber sido convertida en enseña del carlismo por Manuel Fal Conde en 1934, y posteriormente enseña del "Movimiento" por Francisco Franco.
Quizá la bandera que mejor resume la historia hispana es el pabellón naval de los Austrias, que fue también enseña de los Países Bajos Españoles y que fue enarbolada por los galeones que se dirigían al Nuevo Mundo, pues combina los colores de Castilla, León, Aragón, Navarra y Portugal. Además es tan desconocida que ninguna facción o partido se ha podido apropiar de su significado. Con dicha enseña como símbolo nacional, tal y como ocurre con la Marcha Granadera desprovista de letra, nadie se hubiese sentido ofendido. Pero bueno, es solo una reflexión que me asalta.
Un saludo.
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