Miércoles, 27 de octubre de 2010
RECAREDO | La reacción arriana
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Pensar que, en virtud del III Concilio de Toledo, la conversión al catolicismo fue total e inmediata entre la población goda es una absoluta ingenuidad. Muy al contrario, y lógicamente, fueron muchos los que defendieron su fe antes y después del año 589.
De hecho, según consta en las actas conciliares, sólo ocho obispos arrianos -cuatro godos y cuatro suevos- abjuraron de su religión durante el transcurso de la Asamblea toledana. Y aunque junto a ellos lo hiciera un gran número de clérigos, amén de los más destacados nobles godos, lo cierto es que quedaba aún por recorrer un largo trecho hasta lograr la auténtica y sincera unificación religiosa dentro del Reino.
En este sentido, como ha señalado Thompson, resulta sorprendente y aún paradójico, comprobar como, siendo el reinado de Recaredo el que casi con seguridad arroja mayor índice de revueltas y rebeliones internas del período, éstas tienen un carácter marcadamente privado, y, por consiguiente, fueron de fácil solución. La rebelión de Argimundo
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Mientras el ortodoxo (rey) Recaredo reinaba en paz y quietud, acechanzas domésticas se levantaron contra él. En efecto, uno de sus cubicularios y duque de una provincia, de nombre Argimundo, deseaba, en contra del rey Recaredo, asumir la tiranía de modo tal de quitarle el reino y la vida, si fuera posible. Sin embargo, una vez descubiertos sus nefandos propósitos, fue preso y encadenado y luego de una investigación, sus cómplices confesaron la impía maquinación y murieron con castigo proporcionado a sus culpas. Argimundo, el cual deseaba llegar al reino, primero fue interrogado a latigazos, luego vergonzosamente decalvado y por fin le fue amputada la mano derecha y sirvió de escarmiento a todos en la ciudad de Toledo paseado en el lomo de un asno con burlona solemnidad, mostrando (así) que los siervos no deben ser arrogantes con sus señores. |
Algunos nobles y obispos, en efecto, se levantaron contra Recaredo -tal es el caso, en el mismo 589, de la rebelión de Argimundo, que, como las anteriores, fue desbaratada sin demasiada dificultades-; pero, como de nuevo apunta Thompson, "el grueso de la población goda parece haberse desentendido y haber aceptado el nuevo orden de cosas con una protesta tan débil que podemos preguntarnos nuevamente si muchos de ellos no se habrían convertido al catolicismo antes del 589".
La hipótesis no es, desde luego, en modo alguno descabellada, entre otras cuestiones, porque llama poderosamente la atención el ínfimo índice de conflictividad abierta generado por una decisión tan sustancial como la adoptada por Recaredo en 589.
En cualquier caso, conviene no soslayarlo, el Monarca fue rápido y drástico en sus decisiones represivas contra los posibles focos de arrianismo. Apenas finalizado el Concilio, inicia la quema de los textos arrianos, y, poco a poco, va minando con severas medida legislativas -entre las que destaca la prohibición de ejercer cargos públicos a aquellos que no hicieran pública renuncia de su fe anterior- cualquier posibilidad de compaginar poder político y religión no católica.
Así pues, el arrianismo quedo organizativamente desmantelado con gran rapidez y no tuvo apenas posibilidad de resurgir desde sus cenizas.
Recaredo, en suma, cuidó celosamente de que su decisión estuviera desde el principio acompañada por los mecanismos capaces de convertirla en realidad, resultando en ese sentido el trauma bastante soportable para la estructura del Reino.
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