Antiguo Convento de Santa Clara / Sevilla ...
La historia de un amor de leyenda
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El muy alto y poderoso rey Don Fernando III de Castilla había estado casado en su mocedad con la reina Doña Beatriz de Suabia, nieta de los emperadores Fedrico I Barbaroja e Isaac II Ángelo -cabezas del Sacro Imperio Romano Germánico y del Imperio Romano de Oriente, respectivamente- y prima de Federico II Hohenstauffen, nieto, asímismo, y heredero del primero, portador, por tanto, de la corona imperial.
Modelo de prudencia y virtud, Doña Beatriz dio a Su Majestad, con quien formó un matrimonio muy bien avenido, diez hijos, siendo el primogénito, nacido en 1221, el príncipe Don Alfonso, bautizado con este nombre en honor de su abuelo paterno -Alfonso el Noble- y llamado a ocupar el trono de Castilla con el apelativo de el Sabio; y el segundogénito, nacido dos años más tarde y protagonista de la historia que aquí nos trae hoy, el infante Don Fadrique, quien al parecer llegaría a convertirse en el favorito de su madre, hecho que se venía anunciando ya desde muy temprano, pues ésta, no en vano, lo hizo acristianar con el nombre de sus augustos abuelo y primo, es decir, con la versión castellanizada de Friedrich.
A la muerte de Doña Beatriz, el rey San Fernando, con treinta y cinco años, por consejo de sus ministros y prelados, y a instancias de su madre, la reina Doña Berenguela I de Castilla, contrajo nuevo matrimonio. Esta segunda boda tuvo, como era lo habitual, una finalidad política, pues se trataba de estrechar en este caso las relaciones de amistad existentes entre Castilla y Francia, cuyo trono ocupaban Luis VIII y su consorte, la reina Blanca de Castilla, hermana de Doña Berenguela y madre del futuro Luis IX, San Luis de los Franceses, primo, por tanto, del rey Don Fernando III de Castilla. La dama elegida para desposar, de apenas diecisiete años, sería Doña Juana de Danmartín, nieta de Luis VII de Francia y, a la sazón, condesa de Ponthieu.
La joven arribó al Reino con gran acompañamiento, pero la soledad no tardaría mucho en hacer presa en ella, pues éste retornó a Francia tan pronto como dejó a la bella, rubia y jovencísima Doña Juana casada y convertida en soberana consorte de Castilla; mientras que el Rey, su esposo, hubo de marchar con sus tropas para reconquistar a la morisma Córdoba y, a continuación, Sevilla...
Las campañas militares, por tanto, tuvieron alejado de su nueva esposa a Don Fernando, quien según las crónicas se mostró muy celoso de su persona, de la que llegó a enamorarse profundamente. La Reina, al cotrario de lo que ocurrió en el caso de la difunta Doña Beatriz y posiblemente a consecuencia de ello, viajó siempre a su lado. Aún así, a pesar de las circunstancias, de los obstáculos impuestos por la guerra y por la notable diferencia de edad de los cónyuges, el Rey tuvo la ocasión de cumplir como amante esposo, como caballero y como cristiano ante la Reina, acercándose a la dama en numerosas ocasiones para satisfacer las obligaciones impuestas por el débito conyugal, sí, pero también para saborear las mieles del matrimonio. De esta forma, Doña Juana dio cinco nuevos vástagos a Su Majestad: Fernando, Leonor -futura reina de Inglaterra-, Luis, Jimeno y Juan.
Culminada en 1248 la campaña de Sevilla con la toma de la ciudad y territorios circundantes, el rey Santo hizo que Doña Juana abandonase Córdoba para instalarse en la fantasmagórica urbe recién reconquistada, concretamente, en su Alcázar, donde transcurrieron sus días con más pena que gloria, pues Don Fernando, inmerso en tareas del gobierno y organización de los nuevas tierras incorporadas al Reino y acosado por la enfermedad, empezó a desatender a su esposa.
De ella apenas sabemos nada. Sí que recibió rica dote procedente de las ganancias del repartimiento de Sevilla, como queda registrado en los documentos de la época.
Este es el heredamiento de la reyna donna Juana: En Rogaena, a que puso el rey nombre Potiz, que es en término de Asnalcáçar; había en ella treinta e dos mill pies de olivas e de figueral, e fue asmada a setecientas arançadas; e dio y el rey a la reina el aldea con quinientas arançadas, e al infante don Fernando su hijo doçientas arançadas; e dioles la heredad de pan en Carmona, en Albaida, en el cortijo que fue de Abenbuetre; e dio a la reina y treinta yugadas anno e vez, e dio y al infante don Fernando su fijo veinte yugadas anno e vez.
E diol otrosi este otro heredamiento a la reina donna Juana: e diol en Tagaret treinta arançadas de vinnas; e diol a la puerta de Macarena doçe arançadas de huerta; e diol unos bannos en Sevilla, que son a San Illefonso, y una atahona con tres tiendas; e diole más dos fornos, uno en en la Judería e otro a San Bartolomé; e diole una casa en que facen jabón; e diole la carneçería de los moros; e diole diez y nueve tiendas alrededor de Santa María; e dióle una casa de molinos en Guadaira, cerca de Guadalquivir; e diole las casa que fueron de Arrendache...
También se tiene constancia de que permaneció junto al Rey hasta sus últimos momentos, acaecidos en 1252, tan sólo cuatro años más tarde de toma de Sevilla, como queda plasmado en "Las postrimerías de Fernando III el Santo", en la que la Reina aparece en piadosa y a la par dramática actitud orante, reclinada ante el lecho de muerte de su esposo.
Virgilio Mattoni de la Fuente / 1887 .
Óleo sobre lienzo / 400 x 750 cm. .
Propiedad del Museo Nacional del Prado .
Real Alcázar de Sevilla .
De este modo, Doña Juana, joven, bella y lozana, quedó viuda…
Es en este punto en el que la historia cede el testigo a la ficción...
Cuenta la leyenda que tras los funerales la reina Viuda se encontró muy sola en el Real Alcázar, sin más compañía que la que le proporcionaban sus doncellas y sus pájaros de cetrería..., halcones peregrinos, gavilanes y neblíes, con los que se distraía cazando o, sin más, contemplando a éstos surcar el azul cielo sevillano… Asímismo dedicaba largas horas al paseo por los jardines de Palacio…, especialmente por la Huerta del Retiro, ubicada en las inmediaciones de los actuales Jardines de Murillo…, su lugar favorito...
Acentuó su soledad el hecho de que sus hijos, aún pequeños, estaban, separados de ella y educándose con arreglo al uso castellano, en manos de ayos y amas, sin más relación con la madre que la que supone darle un beso cada noche a la hora de marchar a dormir.
Mas ocurrió que…, cierto día, acudió a Palacio el infante Don Fadrique, segundo hijo del difunto rey Don Fernando III , como ya hemos visto, e hijastro, en consecuencia, de Doña Juana, con quien además del parentesco compartía lozanía, pues ambos eran prácticamente de la misma edad.
Desde los tiempos de la toma de la Sevilla, el Infante anduvo mudando tropas por la frontera de los moros de Málaga y Granada, lo cual le había impedido residir de forma permanente en la ciudad, en cuya conquista sin embargo participó, enarbolando, al parecer, el estandarte con el águila imperial de su bisabuelo materno, que adoptó como emblema personal. Aquí se estaba haciendo erigir un suntuoso palacio, concretamente en la collación de San Lorenzo, al noroeste de la ciudad, intramuros, junto a la Carrera Vieja -actual calle Santa Clara- que, a través de la Puerta de Bibarragel, conducía a Alcalá del Río, la antigua Ilipa Magna romana; entre el Guadalquivir y a la laguna de la collación de Omnium Sanctorum -desecada posteriormente y convertida en la Alameda de Hércules-. En cualquier caso, como ocurría siempre que regresaba a la corte Hispalense, consideró oportuno, entre otras cosas porque estaba obligado por el protocolo, acudir a presentar sus respetos a la reina Viuda, a la cual encontró en esta ocasión en el jardín, dedicada, como solía, a cazar palomas con su halcón favorito.
Allí y en esas circunstancias Don Fadrique comenzó la conversación con elogios a la belleza de la rapaz:
- Estos pájaros son más hidalgos que muchos ministros de los que gobiernan el Reino con mi hermano, Don Alfonso.
- No digáis esas cosas, Infante, pues pueden oíros. De llegar este comentario a oídos del Rey, éste se disgustaría sobremanera.
-No bromeo, señora. ¿No sabéis que en Castilla los halcones son considerados como los hidalgos? ¿No habéis oído nunca el refrán: "Más hidalgo que un halcón"? ¿No habéis notado con que honor cazan?
Doña Juana, entre risas, respondió:
-No os entiendo Infante. No sé qué queréis decir con esas palabras... No entiendo qué significa "cazar con honor". No estoy capacitada para diferenciar esos matices propios del arte de la cetrería.
-Pues si queréis aprender, Señora, qué mejor que hacerlo practicando. Os invito a cazar... Pero no aquí, en la ciudad, porque la verdadera caza no consiste en matar a los palomos de las azoteas de los vecinos con vuestro halcón. Hay que salir al campo, mejor cerca del río, donde se posan a beber las aves.
Al día siguiente, la Doña Juana salió a cazar con el infante Don Fadrique junto al Guadalquivir. La sorpresa cundió en el Alcázar porque no era costumbre que una reina Viuda se entregase a otras actividades que no fueran las de rezar...
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Suena: Ay, triste que vengo / Siglo XVI
........... .......... Juan del Encina
Monsieur, que delicia! Como me alegra que finalmente se haya decidido usted a poner la leyenda tambien en su blog, por otra parte un tema tan adecuado para estas fechas de san valentin.
ResponderEliminarY la musica no podia ser mas acertada!
Espero que mañana tenga usted una hermosa celebracion, y de paso un feliz carnaval tambien, que en esas fechas andamos.
Buenas noches, monsieur
Bisous
Bonita Historia.
ResponderEliminarNo importa si es real o leyenda. Es agradable leer sobre estas historias.
Feliz San Valentin José. Los carnavales por mi aldeíta estarán nevados :D
Saludos
Una historia muy bella, realmente. Y más si me la imagino por las salas del bello Alcázar sevillano, rondando por sus jardines y por el de Murillo. Las cosas se ven de esta forma diferentes, pues se hacen palpables hazañas de otras épocas que ocurrieron en los mismo lugares por donde ahora transcurren nuestros pasos...
ResponderEliminarY es que las jóvenes viudas se arriestagab a enterrarse en vida una vez fallecieran sus esposos. No sé lo que ocurrirá en este historia, pero seguro que amores no faltan.
Un abrazo
¡Uf, si es que hace un frío! Casi como aquel de 1252... :)
ResponderEliminarEn fin, Manuel, me alegra que te haya gustado esta historia, en la que leyenda y realidad de mezclan, eso sí, no estoy muy seguro en qué proporciones exactamente...
Que también tú tengas un muy feliz Día de San Valentín.
Un cordial saludo.
Así es Carmen, no hay nada como ambientarse contemplando el propio paisaje y los lugares donde acontecieron los hechos de nuestra historia para sumergirnos en éstos plenamente y con entusiasmo... A mí me resulta muy excitante, como tú recalcas, estoy contigo, precisamente el caminar sobre los pasos de quienes nos precedieron...
ResponderEliminarEn fin, de acuerdo también en cuanto a lo que comentas de las viudas de antaño... Eso sí, el caso de Doña Juana parece que no se ciñó estrictamente a los cánones establecidos... Parece, además, que acabó casándose de nuevo, esta vez en Francia...
Nos vemos en un rato, Carmen, que he visto que tienes nueva entrega...
Un beso.
Madame, a vos y sólo a vos de debe que de nuevo haya rescatado esta historia del olvido... Efectivamente, por otro lado, qué mejor ocasión para hacerlo que en estas fechas... :)
ResponderEliminarPor lo demás, espero que vos también estéis teniendo un magnífico Día de San Valentín... ¡Que no falte el amor...! ;)
A vuestros pies.
Mil besos, mil....