Introducción I
El estreno de la película
Miquel Barceló / 1985
Técnica mixta sobre tela / 206 x 296 cm.
El color del pasado
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Y así fue. Desdeñada por quienes defienden una educación volcada en las ciencias, rendida a los porcentajes y gráficos desde que se subrayara negativamente su condición de amasijo de nombres y acontecimientos –su afición a disfrazarse en el escenario con trajes de época-, la diosa Clío volvió la espalda a la crónica. Como si temiera que la confundieran con los ojos mortales de Homero, con las Odiseas e Ilíadas que el poeta griego estaba destinado a cantar y dejar resonando en la memoria humana, renunció a relatar, a contar. Ante los gritos y acusaciones que la juzgaban por su empatía con el vencedor y su participación en la procesión triunfal en la que los poderosos del presente pasan por encima de aquellos que yacen postrados, perdió, además, su presencia estrella en los actuales planes de estudio. Pérdida de la que aún no se ha recuperado. Aunque bien es verdad que a la diosa Clío, que a la Historia, la han acompañado en su derrota escolar la mayoría de las Humanidades, con el latín a la cabeza, convertido en trasto inútil.
Todo esto nos viene a decir que jamás volverán a la escuela ni el México descubierto a través de los ojos fatigados de Bernal Díaz del Castillo –"podrá ser que a muchos no le agrade la lectura de este viaje de Cortés, porque no tiene novedades que deleiten sino trabajos que espanten"- ni los tiempos en que un alumno aprendía en las clásicos que las nueve décimas partes de lo que vivimos ya ha sido vivido por otros antes. Los tiempos en que uno abría un libro de historia y podía leer Babilonia, Troya, Tiro, la antigua Roma, o sentir que su vida estaba entretejida con Egipto, Grecia, el Imperio de los Austrias, la Guerra de los Treinta Años, la hegemonía ideológica de la Iglesia, la corte, el comercio… Bajo distintas coartadas pedagógicas, la Historia ha terminado por parcelarse, malgastando energías en aspectos anecdóticos y locales. Historias donde lo particular se impone a lo universal y donde los vasos comunicantes se cierran.
Pues bien, el espacio que hoy arranca, intenta acomodarse a la primitiva concepción de la Historia como crónica y, a la vez, retratar el pasado de esa pluralidad de gentes, ciudades, tierras y ríos que hoy llamamos España con palabras como aluvión, contagio, préstamo, mosaico, mestizaje… Sin olvidar el consejo de Voltaire, para quien el secreto de no aburrir consistía en no contarlo todo, quiere evocar los tiempos en que la bahía de Cádiz se abrió a Tiro y en que el oro servía para el altar de un dios pensado por los sacerdotes púnicos, los siglos en que la lengua latina, el saber clásico, el derecho, los dioses del Olimpo y su competidor Jesucristo penetraron en los recintos urbanos, las centurias del Islam o los caminos de los monjes de Cluny. Sin borrar su menstruación doliente y desengañada, quiere recordar los siglos de Reconquista, la hora de América, el resplandor humanista de Salamanca, el sueño de la Enciclopedia, los crepúsculos del Romanticismo, la rebelión formal de las vanguardias y la material y titánica de los totalitarismos.
Todo ello resonará en las sucesivas actualizaciones, pero de manera singular, a través del Arte… A través de los tesoros culturales, que deben su existencia no sólo a los esfuerzos de los grandes genios de la piedra, el bronce, la madera o el lienzo, sino también al expolio y al duro trabajo anónimo de sus coetáneos…
Miquel Barceló / 1985
Técnica mixta sobre tela / 206 x 296 cm.
El color del pasado
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Y así fue. Desdeñada por quienes defienden una educación volcada en las ciencias, rendida a los porcentajes y gráficos desde que se subrayara negativamente su condición de amasijo de nombres y acontecimientos –su afición a disfrazarse en el escenario con trajes de época-, la diosa Clío volvió la espalda a la crónica. Como si temiera que la confundieran con los ojos mortales de Homero, con las Odiseas e Ilíadas que el poeta griego estaba destinado a cantar y dejar resonando en la memoria humana, renunció a relatar, a contar. Ante los gritos y acusaciones que la juzgaban por su empatía con el vencedor y su participación en la procesión triunfal en la que los poderosos del presente pasan por encima de aquellos que yacen postrados, perdió, además, su presencia estrella en los actuales planes de estudio. Pérdida de la que aún no se ha recuperado. Aunque bien es verdad que a la diosa Clío, que a la Historia, la han acompañado en su derrota escolar la mayoría de las Humanidades, con el latín a la cabeza, convertido en trasto inútil.
Todo esto nos viene a decir que jamás volverán a la escuela ni el México descubierto a través de los ojos fatigados de Bernal Díaz del Castillo –"podrá ser que a muchos no le agrade la lectura de este viaje de Cortés, porque no tiene novedades que deleiten sino trabajos que espanten"- ni los tiempos en que un alumno aprendía en las clásicos que las nueve décimas partes de lo que vivimos ya ha sido vivido por otros antes. Los tiempos en que uno abría un libro de historia y podía leer Babilonia, Troya, Tiro, la antigua Roma, o sentir que su vida estaba entretejida con Egipto, Grecia, el Imperio de los Austrias, la Guerra de los Treinta Años, la hegemonía ideológica de la Iglesia, la corte, el comercio… Bajo distintas coartadas pedagógicas, la Historia ha terminado por parcelarse, malgastando energías en aspectos anecdóticos y locales. Historias donde lo particular se impone a lo universal y donde los vasos comunicantes se cierran.
Pues bien, el espacio que hoy arranca, intenta acomodarse a la primitiva concepción de la Historia como crónica y, a la vez, retratar el pasado de esa pluralidad de gentes, ciudades, tierras y ríos que hoy llamamos España con palabras como aluvión, contagio, préstamo, mosaico, mestizaje… Sin olvidar el consejo de Voltaire, para quien el secreto de no aburrir consistía en no contarlo todo, quiere evocar los tiempos en que la bahía de Cádiz se abrió a Tiro y en que el oro servía para el altar de un dios pensado por los sacerdotes púnicos, los siglos en que la lengua latina, el saber clásico, el derecho, los dioses del Olimpo y su competidor Jesucristo penetraron en los recintos urbanos, las centurias del Islam o los caminos de los monjes de Cluny. Sin borrar su menstruación doliente y desengañada, quiere recordar los siglos de Reconquista, la hora de América, el resplandor humanista de Salamanca, el sueño de la Enciclopedia, los crepúsculos del Romanticismo, la rebelión formal de las vanguardias y la material y titánica de los totalitarismos.
Todo ello resonará en las sucesivas actualizaciones, pero de manera singular, a través del Arte… A través de los tesoros culturales, que deben su existencia no sólo a los esfuerzos de los grandes genios de la piedra, el bronce, la madera o el lienzo, sino también al expolio y al duro trabajo anónimo de sus coetáneos…
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