Martes, 4 de enero de 2011
Para empezar el año, apología de la buena gente. El domingo, 2 de enero, amaneció una jornada radiante por estas tierras del sur de España. El sol brillaba por fin después de muchos días de lluvia, con una luz que contagiaba todo de optimismo...
Para empezar el año, apología de la buena gente... |
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El domingo, 2 de enero, amaneció una jornada radiante por estas tierras del sur de España. El sol brillaba por fin después de muchos días de lluvia, con una luz que contagiaba todo de optimismo... Regresábamos a casa por el carril bici que discurre paralelo a la Autovía de Acceso Norte después de haber gozado de la primera experiencia ciclista del año un par de amigos y yo cuando vimos aquella, a mi juicio, maravillosa estampa.
Un hombre de cierta edad, un curtido y sencillo hombre de campo, segaba la hierba en un prado cercano; hierba rabiosamente verde y aún, en las primeras horas del día, preñada de rocío; jugosa hierba, sin duda destinada a alimentar su ganado, que cargaba en un pequeño carro tirado por un équido de, asimismo, escasas dimensiones, por un precioso poni.
Los aperos que empleaba en su labor, los tradicionales: una guadaña bien afilada, que manejaba con asombrosa maestría, y un bieldo.
A su alrededor correteaban dos niños y un perrito de color canela, mientras que, desde cierta distancia, lo observaban un par de hombres de entre treinta y cuarenta y tantos años. Uno de ellos, el más joven, portaba sobre sus hombros a otro pequeño, el benjamín del grupo. Por su parte, el que se antojaba mayor se dedicaba a grabar con una videocámara digital aquella deliciosa escena, tan llena de armonía..., tan bella como propia de otros tiempos. Parecían pertenecer todos a una misma familia, a una, a primera vista, bastante unida y feliz...
Sin apartar nuestra curiosa mirada ni pronunciar una sola palabra, los tres ciclistas, absortos, pasamos de largo. Aunque desde que aquel hombre y los suyos aparecieron ante nosotros sentí un deseo irrefrenable de inmortalizar el momento, no quise romper el ritmo del aguerrido pero reducido pelotón que formábamos.
Sin embargo, recorridos unos cien metros, recapacité. Les pedí a Juanan y Pedro que continuaran sin mí, que me esperasen si acaso en la meta, donde teníamos previsto celebrar tan gozosa jornada como merecía la ocasión. Fue entonces cuando paré. Saqué la cámara de la mochila que suelo llevar a la espalda cuando pedaleo, me la colgué del cuello y di la vuelta...
No me había bajado aún de la bici cuando me dirigí a aquel buen hombre:
- Disculpe, ¿le importa que le haga unas fotos...?
Girándose hacia mi, sin haber levantado del todo la cabeza aún, y haciendo gala de ese humor que algunos dicen británico, pero que es tan propio de la Baja Andalucía, tan bético..., me respondió con otra pregunta y una sorprendente propuesta:
- ¿Unas fotos quieres? Son cinco euros...
- No estoy seguro de llevar esa cantidad encima en este instante - repliqué, siendo mi deseo el de conectar de algún modo con su tono socarrón...
Casi sin darme tiempo para acabar, apoyándose en el bieldo, preguntó de nuevo...
- ¿Cómo quieres que me ponga?
- No, por favor, sólo continúe con su labor...
- De forma natural, ¿no?
- Sí, por favor, natural...
Y todos prosiguieron con lo que estaban haciendo antes de que un individuo vestido de una manera un tanto excéntrica, sobre dos ruedas y pertrechado con una cámara fotográfica interrumpiera su bucólico festivo... Los nietos y el perro reanudaron el juego a su alrededor; los hijos volvieron a observar, a grabar, cada uno a su manera, los expertos movimientos de su esforzado padre; el poni continuó pastando plácidamente y él ensartando y alzando la hierba recién cortada al pequeño carro...
Disparé la cámara cuatro veces. Pude haberlo hecho desde otros puntos de vista más favorables, pero no quise importunarles más de lo que ya lo estaba haciendo.
Cuando acabé les pedí que me diesen una dirección, postal o electrónica, para enviarle las fotos...
- ¿Internet? No, yo no uso esas cosas tan modernas... La gente de ciudad... - se adelantó a sus hijos, de nuevo, casi sin dejarme acabar y llevándose el dedo índice de su mano izquierda a la sien correspondiente.
- La gente de ciudad está..., estamos enfermas, ¿no? - le interrumpí...
Él asintió con la cabeza. Sus vástagos y yo mismo sonreímos disimuladamente.
Entonces el hijo mayor, el que portaba la videocámara, me dijo tímidamente que no era necesario que me tomase la molestia... Me hice cargo...
Les dí las gracias a todos por compartir generosamente conmigo la luz de aquel breve pero auténtico momento, por permitirme hacer la que ha sido mi primera foto de 2011, y me despedí deseándoles un muy feliz y próspero Año Nuevo... Ellos me respondieron recíprocamente mientras me decían adiós con la mano...
Un hombre de cierta edad, un curtido y sencillo hombre de campo, segaba la hierba en un prado cercano; hierba rabiosamente verde y aún, en las primeras horas del día, preñada de rocío; jugosa hierba, sin duda destinada a alimentar su ganado, que cargaba en un pequeño carro tirado por un équido de, asimismo, escasas dimensiones, por un precioso poni.
Los aperos que empleaba en su labor, los tradicionales: una guadaña bien afilada, que manejaba con asombrosa maestría, y un bieldo.
A su alrededor correteaban dos niños y un perrito de color canela, mientras que, desde cierta distancia, lo observaban un par de hombres de entre treinta y cuarenta y tantos años. Uno de ellos, el más joven, portaba sobre sus hombros a otro pequeño, el benjamín del grupo. Por su parte, el que se antojaba mayor se dedicaba a grabar con una videocámara digital aquella deliciosa escena, tan llena de armonía..., tan bella como propia de otros tiempos. Parecían pertenecer todos a una misma familia, a una, a primera vista, bastante unida y feliz...
Sin apartar nuestra curiosa mirada ni pronunciar una sola palabra, los tres ciclistas, absortos, pasamos de largo. Aunque desde que aquel hombre y los suyos aparecieron ante nosotros sentí un deseo irrefrenable de inmortalizar el momento, no quise romper el ritmo del aguerrido pero reducido pelotón que formábamos.
Sin embargo, recorridos unos cien metros, recapacité. Les pedí a Juanan y Pedro que continuaran sin mí, que me esperasen si acaso en la meta, donde teníamos previsto celebrar tan gozosa jornada como merecía la ocasión. Fue entonces cuando paré. Saqué la cámara de la mochila que suelo llevar a la espalda cuando pedaleo, me la colgué del cuello y di la vuelta...
No me había bajado aún de la bici cuando me dirigí a aquel buen hombre:
- Disculpe, ¿le importa que le haga unas fotos...?
Girándose hacia mi, sin haber levantado del todo la cabeza aún, y haciendo gala de ese humor que algunos dicen británico, pero que es tan propio de la Baja Andalucía, tan bético..., me respondió con otra pregunta y una sorprendente propuesta:
- ¿Unas fotos quieres? Son cinco euros...
- No estoy seguro de llevar esa cantidad encima en este instante - repliqué, siendo mi deseo el de conectar de algún modo con su tono socarrón...
Casi sin darme tiempo para acabar, apoyándose en el bieldo, preguntó de nuevo...
- ¿Cómo quieres que me ponga?
- No, por favor, sólo continúe con su labor...
- De forma natural, ¿no?
- Sí, por favor, natural...
Y todos prosiguieron con lo que estaban haciendo antes de que un individuo vestido de una manera un tanto excéntrica, sobre dos ruedas y pertrechado con una cámara fotográfica interrumpiera su bucólico festivo... Los nietos y el perro reanudaron el juego a su alrededor; los hijos volvieron a observar, a grabar, cada uno a su manera, los expertos movimientos de su esforzado padre; el poni continuó pastando plácidamente y él ensartando y alzando la hierba recién cortada al pequeño carro...
Disparé la cámara cuatro veces. Pude haberlo hecho desde otros puntos de vista más favorables, pero no quise importunarles más de lo que ya lo estaba haciendo.
Cuando acabé les pedí que me diesen una dirección, postal o electrónica, para enviarle las fotos...
- ¿Internet? No, yo no uso esas cosas tan modernas... La gente de ciudad... - se adelantó a sus hijos, de nuevo, casi sin dejarme acabar y llevándose el dedo índice de su mano izquierda a la sien correspondiente.
- La gente de ciudad está..., estamos enfermas, ¿no? - le interrumpí...
Él asintió con la cabeza. Sus vástagos y yo mismo sonreímos disimuladamente.
Entonces el hijo mayor, el que portaba la videocámara, me dijo tímidamente que no era necesario que me tomase la molestia... Me hice cargo...
Les dí las gracias a todos por compartir generosamente conmigo la luz de aquel breve pero auténtico momento, por permitirme hacer la que ha sido mi primera foto de 2011, y me despedí deseándoles un muy feliz y próspero Año Nuevo... Ellos me respondieron recíprocamente mientras me decían adiós con la mano...
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HOY SUENA | U2 / Jamiroquai / Taxi / Efecto Mariposa / Pereza El canto del loco / Facto delafé y la flores azules |
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Preciosa entrada, me ha hecho recordar mis vacaciones perdido en el campo, la paz y la tranquilidad, la vida en el campo se echan de menos sobretodo cuando estás en la gran ciudad. Pienso que muchas veces no se es consciente de la calidad de vida que hay allí hasta que estás metido en la ciudad día tras día, verdaderamente tienen razón cuando afirman que "estamos locos".
ResponderEliminarGracias por el relato, me ha encantado :-)
Oye Jose, me he emocionado de verdad con tu relato. Qué escena más hermosa con ese sabor perdido a otros tiempos que no volverán. A veces me pasa paseando por el campo en esta sierra de Béjar y por sus pueblos. Gente faenando con el ganado, laboreando el campo en esa actividad que intenta domeñar el crecimiento alocado de la naturaleza. Junto con esto me gusta escuchar a las gentes de los pueblos, su vocabulario, su forma de expresarse, observar la cara atezada por el viento y el sol. Porque, en definitiva, quizás todo esto se pierda, por desgracias, algún día.
ResponderEliminarSaudos
Enfermos no, pero la gente de ciudad, especialmente en las ciudades grandes, hemos perdido el sentido de lo natural, el contacto con la naturaleza. Cuando pasamos una temporada en el campo, parece que las cosas lleven otro ritmo. Un abrazo.
ResponderEliminarBonita historia para empezar el año, bonita, sí señor. Supongo que la instántanea en tu cabeza será mucho más duradera que la fotográfica. Que todas estas buenas sensaciones no te abandonen ni nos abandonen a los demás en lo que queda de año. Que tengas un gran día y una gran noche de Reyes. Abrazos.
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