lunes, 28 de junio de 2010

- LA ANTIGÜEDAD / Los godos / Cristo Redentor junto a San Hermenegildo y San Eduardo Mártir/ Annibale Carracci / 1597 / Galería Palatina / Palacio Pitti / Florencia
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Cristo Redentor* ........................._____.... ...................... Annibale Carracci / 1597..
Barroco italiano / Escuela boloñesa..
Óleo sobre lienzo / 194 x 142 cm..
Palacio Pitti / Florencia..



Leovigildo, el rey fuerte (III) / La conversión de Hermenegildo
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Ya en Hispalis -Sevilla-, el proceso cambia de dirección: ahora, según parece, es Ingundis, la que, ayudada por un por entonces simple monje de nombre Leandro, futuro obispo hispalense, trata de convertir a Hermenegildo a la fe de Nicea.

Hermenegildo, en principio, se negó; negación en la que, a buen seguro, además de sus creencias anteriores, mediaría el deseo de no enfrentarse a su padre. Pero su oposición no tardó en saltar por los aires. Hermenegildo acaba abrazando la fe católica, bautizándose con el nombre de Juan.

¿En qué medida, dado el evidente automatismo que el cambio de religión tenia como indicador de enfrentamiento político, la decisión de Hermenegildo obedeció sólo a instancias éticas, o fue, por el contrario, un pretexto perfecto para romper con su padre y alzarse en rebeldía desde la Bética? He aquí una cuestión a la que posiblemente nunca se pueda responder con exactitud.

De cualquier forma, enterado Leovigildo de la conversión de su hijo mayor, intenta agotar la vía del diálogo antes de lanzarse a una solución drástica. Ello prueba, en cierto modo, no ya sólo la serenidad del monarca, sino su creencia, asimismo, en la posibilidad de matizar la cuestión religiosa que ponía en grave peligro su proyecto de unificación peninsular.

Según cuenta San Gregorio de Tours, Hermenegildo se negó a acudir a Toledo ante la llamada de su padre:

"No iré, me esta vedado, porque soy católico"

Ésas fueron, según el turonense, las palabras que respondió Hermenegildo, justificando su actitud, lo que pone de manifiesto la difícil y áspera problemática de la política religiosa de Leovigildo, tildada con frecuencia de poco tolerante para con los católicos del Reino, lo cual se verificaría desde el implacable tono persecutorio.

Pero el asalto frontal a esa cuestión tal vez tenga más sentido tras el conocimiento detallado de cómo se desarrolló la guerra civil entre padre e hijo, que es, al tiempo, guerra entre la Bética y Toledo, y, llevando las cosas a un plano más extenso, guerra solapada entre el arriano Reino Hispanovisigodo y la provincia bizantina de Spania.

.Pila bautismal visigoda / Siglos VI al
.VII ./ Museo Arqueológico de Sevilla
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Las pilas sustituirían poco a poco a los antiguos baptisterios, a medida..
que el bautismo por aspersión reemplazaba al bautismo por inmersión..



Los limites reales de la rebelión
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Es evidente, desde luego, que el iniciador de la guerra civil fue Hermenegildo. De hecho, conviene dejarlo bien sentado, pues el monarca legítimo se limitó a reaccionar frente a una descarada provocación, y ello, también es preciso repetirlo, después de intentar la solución del problema mediante los cauces estrictamente diplomáticos. Que Hermenegildo, a través de San Leandro, solicitó ayuda de Bizancio es algo que sabemos por el testimonio de Gregorio de Tours.

San Leandro de Sevilla, en efecto, a pesar de su repugnancia inicial a pactar con los bizantinos, se vio obligado a acudir a Constantinopla, desde donde regresa apresuradamente a Carthago Spartaria -Cartagena-. Su gestión, con todo, fue poco eficaz, no tanto por su falta de habilidad, como por las dificultades objetivas del Imperio de Oriente, acosado en muchos frentes, para intervenir en el espacio hispano, máxime a sabiendas de los riesgos que enfrentarse con Leovigildo comportaba.

Pero, fallida la intervención bizantina, ¿cuáles fueron los límites que, dentro de la Península, enfrentaron a los dos bandos en pugna? ¿Fue esta una lucha entre godos –Leovigildo- e hispanorromanos –Hermenegildo-, como en ciertas ocasiones se ha afirmado? ¿Fue, acaso, una lucha entre católicos y arrianos? ¿Fue una lucha entre las dos Hispanias, la meridional y la centro-oriental? San Isidoro apunta en su Historia Gothorum que el pueblo de los godos se dividió, tras la rebelión, en dos bandos, y ello hace pensar que la guerra civil lo fue en el sentido más estricto de la expresión: una guerra entre dos facciones de los godos, con nula intervención hispanorromana.

Cada una de las facciones, en líneas generales -pero sólo en líneas generales-, poseía una fe: el arrianismo, unos; el catolicismo, otros. Pero ese motivo, esencial, no era único ni excluyente. Como afirma Thompson, tras una seria revisión de las fuentes -San Isidoro, Gregorio de Tours, y el Biclarense-.

La revuelta fue esencialmente un conflicto de godos contra godos, no de godos contra romanos. Esto no significa que todos los godos que apoyaron a Hermenegildo se hubieran necesariamente convertido al catolicismo junto a su jefe, o que mostraran inclinación al catolicismo.

A lo que añade:

No tenemos motivos para pensar que las fuerzas que se enfrentaron en la revuelta fueran en su mayor parte godos por un lado y romanos por otro. No se nos dice en ningún lado que Hermenegildo encontrase apoyo en los romanos del Sur de Hispania, ni que hubiera habido movimientos de simpatía y apoyo hacia él por parte de la población romana del Centro y del Norte. (…) En verdad, los grandes terratenientes podían tener pocos motivos de quejas con un rey que había devuelto la paz y la unidad.


Dintel.de.San.Hermenegildo ./. Mármol ./. 23,5 x 180 x 15 cm..
Campiña de Sevilla / 581 -582 / Museo Arqueológico de Sevilla..
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IN NOMINE DOMINI ANN(O F)ELICITER SECVNDO REGNI DOM(I) NI NOSTRI ERMINIGILDI REGIS QVEM PERSEQVITUR GENETOR SVS DOM(INVS) LIVVIGILDVS REX IN CIBITATE(M) ISPA(LENSEM) DVCTI AIONE

En el nombre del Señor, en el año segundo del feliz reinado de nuestro señor Hermenegildo, el Rey, a quien persigue su padre, nuestro señor el Rey Leovigildo traído a la ciudad de Sevilla para siempre



El reinado de Hermenegildo
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Siguiendo con el discurso de los acontecimientos, nos hallamos emplazados en el hipotético momento de la ruptura, hecho que se produce con la negación de Hermenegildo a acudir a Toledo. El "tirano" se erige, desde aquel instante, en "otro" rey, instalándose en Sevilla, capital de su ficticio reino, y rodeándose de todas las prerrogativas que la ostentación del título comportaba. Entre otras medidas, acuña moneda propia con la inscripción, típicamente bizantina, "Que Dios conceda vida al Rey".

Cómo organizó y administró el territorio Hermenegildo es, sin embargo, algo desconocido, acerca de lo cual sólo pueden emitirse hipótesis infundadas. ¿Hasta qué punto modificó la estructura imperante en los años anteriores? ¿Cuál fue su política para con los arrianos del Reino? ¿Existió un nítido y absoluto consensus entre la población romana que quedó bajo sus dominios? ¿Albergó el monarca, en alguna ocasión, la idea de convertirse en el único rey de Hispania o, por el contrario, se limitó a defender su zona de influencia?

Preguntas todas ellas de difícil respuesta. Todo parece indicar que, de hecho, el afán expansionista de Hermenegildo fue escaso, cuando no nulo. Su rebelión no era el caso típico de la tiranía goda, al modo, por ejemplo de la "tiranía" de Atanagildo. Este último fue un usurpador, esto es, alguien que se levanta contra el poder legítimo con el declarado propósito de reemplazarlo, de sustituirlo haciéndolo suyo. Las ideas de Hermenegildo iban, al parecer, en otra dirección. El no deseaba ni suplantar ni eliminar a Leovigildo, sino, simplemente, coexistir junto a él. De alguna manera, y dentro de los límites que cualquier consideración sobre la guerra civil supone, puede afirmarse que el sueño de Hermenegildo se cifraba en lograr la autonomía político-religiosa de la Bética, dividiendo a Hispania en dos reinos, uno arriano y otro católico. De nuevo las dos Hispanias, aunque ahora con perfiles distintos. Objetivamente considerado, el sueño de Hermenegildo, condicionado tal vez por el respeto a su padre y el temor a la propia guerra, era una radical involución, pues, en efecto, Leovigildo, tras una serie continuada de años caóticos, había encauzado la política de la Monarquía hacia la ruta de la unificación territorial sobre la base de un Estado fuerte capaz de restaurar la vieja nacionalidad goda en toda su grandeza. Históricamente, el dado por Leovigildo fue un gran paso adelante, un paso necesario, casi imprescindible. En consecuencia, todo lo que fuera detener el recién iniciado proceso poseía rasgos involutivos.

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San Leandro, obispo de Sevilla ............ .............
Bartolomé Esteban Murillo / Hacia 1665..
Barroco español / Escuela sevillana..
Óleo sobre lienzo / 193 x 165 cm.
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Catedral de Santa María de la Sede / Sevilla..


Las claves del conflicto
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Pero, naturalmente, la consecución del proyecto leovigildiano no era en absoluto sencilla, de entrada, porque la creación de un Estado visigodo fuerte y viable pasaba por la fusión de godos y romanos, dado el carácter superestructural del asentamiento visigodo y la superioridad demográfica y cultural del elemento teóricamente invadido. La creación, pues, de un Estado sólido, institucionalmente cristalizado, comportaba erigir y constituir un Estado hispanovisigodo.

Y aquí, en segundo lugar, se levantaba otra colosal dificultad, a saber: la nada inesencial diferencia religiosa. Los godos tenían una religión «distinta». ¿Qué podían hacer? ¿Imponer la suya? ¿Aceptar la de los otros, reconociendo con ello una cierta superioridad moral del pueblo invadido? Difícil cuestión, sobre la que, sin embargo, gravita todo el andamiaje estructural del período.

Hermenegildo salió al paso del dilema ofreciendo una solución histórica desacertada: la división en dos reinos separados por la fe y, a la larga, por evidentes criterios culturales.

Leovigildo, por su parte, no podía aceptar esa solución que, en virtud de toda su ideología, ratificada con su política unificadora de la década anterior, le parecería descabellada cuando menos.

Por eso, para él, el problema no se planteaba, en sus inicios, como una cuestión religiosa sino, simplemente, como un elemento disgregador más: la Bética, del mismo modo que cualquier otra región, se salía de su plan unificador y, en ese sentido, desde esa perspectiva, era preciso enfrentarse al problema. Que, secundariamente, mejor aún, implícitamente, se involucraba el plano religioso parece obvio. Pero, por decirlo de alguna manera, no planteaba una problemática a largo o medio plazo. Ahora, lo inmediato, lo que Leovigildo tenia ante sus ojos era, en toda su desnudez, una rebeldía que atentaba contra su concepción unitaria del Trono y del Estado. Ello explica, al menos en parte, la desfavorable opinión de los cronistas, aun católicos, para con la tiránica actitud de Hermenegildo, pues, en efecto, aun cuando siempre se ha interpretado la acción de Hermenegildo como básica para la consecución hispánica de la catolicidad -no se podría entender a Recaredo sin el genial aldabonazo de su hermano ni sin su sacrificio como mártir-, lo cierto es que ni el Biclarense ni el propio San Isidoro, cuyo hermano, San Leandro, fue el instigador de Hermenegildo, tratan con especial simpatía la figura del hijo sublevado. Evidentemente, como ha demostrado Thompson, la razón de semejante actitud se explica también desde la aversión, lógica, hacia el fenómeno tiránico mismo y, para el caso concreto de Hermenegildo, a que "tras la conversión de Recaredo y el establecimiento de un Estado católico no se consideró oportuno asociar el catolicismo con la rebelión, especialmente con una rebelión que había producido una enorme devastación en Hispania y que había sido apoyada por los bizantinos".



Triente acuñado por Leovigildo /583 ....


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CVM DE(O) O(BTINUIT) ETALICA
Con. Dios. .conquistó. . Itálica






La reacción de Leovigildo
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Hemos visto ya cómo el monarca godo intentó al principio la vía negociadora y cómo ésta le resultó un fracaso. Pese a ella, sin embargo, Leovigildo no se inmutó demasiado. Su reacción no fue, pues, automáticamente airada. La rebelión de Hermenegildo era para él un problema -y serio, sin duda-, pero no el único problema. Por ello, y en la medida además que se trataba de una cuestión semejante a las que le quitaban el sueño, Leovigildo no abandonó sus planes anteriores para, a toda prisa, acudir a la Bética y sofocar in situ la rebelión.

En cierto modo, los apoyos de Hermenegildo -bizantinos en primer lugar, y suevos del rey Miro, en segundo- cuestionaban una lucha que tenía ya perfiles crónicos dentro del centro de sus intereses.

Pero cada asunto a su tiempo.

La rebelión de Hermenegildo se abre en el invierno del 579, pero hasta bien entrado el 581 Leovigildo no se ocupa de lleno de la Bética rebelde. Esos dos años de inatención, así como la pasiva actitud durante los mismos de Hermenegildo que, en condiciones favorables -Toledo desguarnecida en virtud de las campañas de Leovigildo en el Norte-, se limita a dejar pasar el tiempo, son sumamente significativos: de un lado, Leovigildo atestigua su serenidad y el verdadero alcance que confería al problema; de otro, Hermenegildo y su nulas ambiciones expansionistas y por erigirse como el monarca de todos los godos.

En 580, apenas enterado de la conversión de Hermenegildo, el monarca, sin pérdida de tiempo, se reúne en un Concilio arriano con la explicita finalidad de facilitar a la población el paso del catolicismo al arrianismo, "nuestra fe católica", como reza en las decisiones del Sínodo. Con este propósito, como ya vimos, se eliminó la necesidad del bautismo arriano para la conversión.

La medida de Leovigildo fue, a corto plazo, además de inteligente, de extraordinaria eficacia, y, según el testimonio de San Isidoro y el Biclarense, como es obvio, ambos católicos, las conversiones, acompañadas de ciertas mejoras económicas, fueron frecuentes y, en ocasiones, masivas.

Algún obispo católico incluso -tal es el caso de Vicente de Zaragoza, como ya se mencionó- se pasó al arrianismo. Todo ello prueba una cosa harto evidente: que Leovigildo, consciente de la imperiosa necesidad de llevar a cabo la unificación religiosa de su reino, pretendió en principio hallar la solución al problema convirtiéndole todo él en arriano. Medidas como las tomadas en el Concilio del 580 son expresivas de ese intento. Y no cabe duda de su éxito inmediato. Pero el país, conviene no olvidarlo, estaba habitado por entre ocho y nueve millones de católicos, una cifra demasiado elevada para los planes utópicos de Leovigildo.

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. .. * .En la parte superior aparece representado Cristo, flanqueado por San Pedro y San Juan
. .. .. Evangelista. En .la . Inferior,. a. la .izquierda,. María. Magdalena .y. San. Hermenegildo,
. .. .. copatrón .protector,. junto. a .San.Fernando, de la monarquía española; y a la derecha,
. .. .. San Eduardo, .homólogo. de .aquellos .en .relación. a .la monarquía inglesa, y Odoardo
. .. .. Farnesio
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Suena: Chevaliers de Sangreal

..................... Hans Zimmer / 2006 ............................................................. .Inicio
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jueves, 24 de junio de 2010

- LA ANTIGÜEDAD / Los godos

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Apoteosis de San Hermenegildo* ....................... Francisco de Herrera el Viejo / 1620 .
Barroco .español / Escuela
.sevillana .
Óleo
.sobre .lienzo ./. 523 x 326 .cm..
Museo .de .Bellas .Artes .de .Sevilla .



Leovigildo, el rey fuerte (II) / Hacia la guerra civil
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En el último tercio del siglo VI la península Ibérica seguía presentando una contradicción esencial que, tarde o temprano, había de estallar: la dualidad entre la oligarquía visigoda y la mayoría de la población hispanorromana. Como ya hemos visto, algunos factores externos, como la persistencia del Reino Suevo en Gallaecia, las rebeliones de los cántabros y vascones en el Norte y la presencia bizantina en la Bética, lejos de contribuir a resolver el problema, como es lógico, ayudaron a agravarlo. En medio de este complicado panorama emerge la figura de Leovigildo. Él, que gozó de un poder casi absoluto, fijó definitivamente la capital en Toledo y personificó el programa de unificación de este momento histórico.

Empezó su reinado neutralizando la amenaza secular de los francos mediante una maniobra diplomática que se iba a repetir innumerables veces a lo largo de la historia de las monarquías europeas hasta la Edad Moderna: casó a sus hijas con los reyes vecinos, en este caso, con los monarcas merovingios, estrategia que le permitió concentrar todas sus energías en un ambicioso programa político-militar tendente a la consecución de la unidad de los hombres y tierras de Hispania.

En el Norte, sus primeras acciones militares se dirigieron a liquidar el Reino de los suevos, que había coexistido con el de los godos durante casi dos siglos. También en el Norte, realizó expediciones de castigo contra cántabros y vascones, indómitos tanto frente a Roma como frente a los visigodos. Logró someter una parte de Cantabria, mientras que para contener a los vascones hubo de construir una serie de fortalezas, como la de Victoriacum, según algunos historiadores defienden, germen de la capital vasca, aunque, según otros, aquella se localizaría a los pies del Monte Gorbea / Gorbeia Mendia.


Por otro lado, la actividad militar que Leovigildo desarrolló en el Sur no le proporcionó grandes éxitos o, en cualquier caso, éstos no fueron ni espectaculares, ni decisivos. Consiguió, eso sí, arrebatar a Bizancio las ciudades de Malaca -Málaga-, en 570, y Corduba -Córdoba-, en 572, claves para afianzar el dominio fronterizo contra posibles presiones de los orientales, a quienes, sin embargo, imitó en lo referente a la costumbre de utilizar ostentosos títulos, el protocolo de corte y la acuñación de una moneda de oro: el triente.

Pero el más importante obstáculo con el que se topó el programa unificador de Leovigildo fue con el frustrante intento de fusionar la diversidad de creencias religiosas peninsulares, consistente en la conversión masiva al arrianismo de los hispanorromanos de tradición católica; cuestión que se vio agravada con la tensión domestico-familiar de trascendencia nacional que se originó al hacerlo su hijo Hermenegildo a la fe la mayoría. Leovigildo entendió que mientras no desapareciera la división religiosa, cuyo reflejo se proyectaba en todos los ámbitos de la sociedad, la unificación no podía considerarse culminada. Su anhelo por resolver esta cuestión le impidió ver lo obvio, esto es, que, entre otras cosas, carecía de elementos disuasorios suficientes para forzar a una desproporcionada mayoría hacia una conversión que, por otro lado, no era realmente necesaria. El arrianismo, efectivamente, había sido un elemento de cohesión de la oligarquía visigoda y un instrumento a través del cual mantenía su preponderancia de dominio sobre los hispanorromanos, pero una vez que los visigodos se hubieron asentado firmemente sobre el territorio, hubieron creado sus propias instituciones y afianzado sus circuitos políticos de dominio, la herejía arriana, como factor dominante de religión de raza, constituía un anacronismo.


Segunda mitad del siglo VI / Museo Nacional de Arte Romano de Mérida ..
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Leovigildo no comprendió que su poder ya estaba seguro. Si los pueblos de origen germánico se convertían en masa al hacerlo su jefe, como en el caso del franco Clodoveo, ya que su modo de entender las relaciones jurídicas se basaba en los vínculos personales, los hispanorromanos tenían una concepción de vinculación pública distinta, según la cual la escala de valores de cada uno de sus jefes y administradores no les afectaba personalmente, lo que hacía impensable en su caso una conversión rápida y masiva, de no mediar, eso sí, la violencia o la coacción económica.

En este contexto de política unitaria se entiende que el arrianismo fuera perdiendo progresivamente su carácter de religión exclusivista, de factor de separación real que hacia de su propia desvinculación de la masa de población un elemento clave para mantener la cohesión del grupo oligárquico dominante. De ahí que empiece a manifestarse en su seno una orientación proselitista, encaminada a la captación de la población hispanorromana. De este modo, las primeras medidas que se tomaron para lograr tal fin consistieron en, por un lado, aligerar los trámites de conversión, suprimiendo, por ejemplo, la necesidad de rebautizarse; y por otro, en promover controversias teológicas a modo de propaganda, de las que se tienen noticias escritas, y bastante detalladas, a través de las Vitae Patrum Emeritensium -Vidas de los Padres de Mérida-, obra de un obispo arriano de la vieja capital lusitana llamado Sunna.

Pero aquellas medidas fueron totalmente ineficaces y pronto se recurrió a la violencia, que tomó casi siempre la forma de destierro de las sedes episcopales o de los monasterios. Es el caso, asímismo, de Juan de Bíclara. Estas soluciones violentas tampoco dieron ningún resultado, ya que sólo un obispo, Vicente de Zaragoza, apostató del catolicismo y se pasó al arrianismo. Tal fue el fracaso de estas políticas fomentadas desde la cúspide del Estado arriano que, según algunas tradiciones orales recogidas, entre otros, por San Gregorio de Tours, parece que finalmente Leovigildo comprendió su error e incluso se llegó a hablar de una posible conversión en su lecho de muerte.

En cualquier caso, dentro de este clima de tensión religiosa se desarrolla el episodio de la guerra civil entre Hermenegildo y su padre, Leovigildo, a menudo desenfocado en su valoración y causalidad. Poco importa que la nuera de Leovigildo, la católica Ingundis, sufriera continuas violencias por parte de la arriana Goswintha, esposa del Rey. Y poca importancia tiene también que Leovigildo, para aliviar la tensión doméstica, apartara a su hijo de Toledo enviándolo a gobernar la

Bética. Lo verdaderamente importante es que el hecho de la conversión de Hermenegildo en la Bética se inscribe en un contexto de violencia religiosa y da salida política a un intento de golpe de fuerza contra el poder central por parte de la población católica de la Bética. Tampoco ha de extrañarnos que un hijo actuara militarmente contra su padre, dado que los godos no pudieron solucionar nunca su falta de estabilidad política a nivel de la jefatura suprema, y los asesinatos de reyes -el morbus gothorum o mal de los godos, según San Gregorio de Tours- y las luchas intestinas no pudieron ser nunca erradicados, ni siquiera por la acción enérgica de la Iglesia a partir de la conversión de Recaredo. Desde el primer rey godo, Ataúlfo, que muere asesinado en Barcino -Barcelona-, hasta el fin de la monarquía goda, cuya causa política fue la guerra civil por la sucesión al trono, el panorama de violencia sucesoria es casi habitual. El hecho de que en apenas tres siglos lleguen a gobernar 34 reyes es suficientemente esclarecedor.


El Biclarense comenta así el gran drama del reinado de Leovilgildo:


Cuando Leovigildo reinaba en tranquila paz con sus enemigos, una contienda doméstica vino a perturbar la seguridad; pues en aquel año, su hijo Hermenegildo, asumiendo la tiranía a excitación de la reina Goswintha, declarada la rebelión, se encierra en la ciudad de Hispalis y hace que otras ciudades y castillos se subleven contra su padre. Por esta causa, en la provincia de Hispania se produjeron, tanto para godos como para romanos, calamidades mayores que las que podían venirles de sus enemigos.

El texto es, desde luego, ambiguo, cuando no confuso. Pero proporciona pistas seguras si lo leemos con precaución, tratando de ver las claves que, entre líneas, encierra. En primer lugar, nada habla de las motivaciones religiosas que pudieron influir en Hermenegildo para "asumir la tiranía". Pero, en segundo lugar, el Biclarense alude, con toda precisión, al papel decisivo desempeñado por Goswintha, a la que llama reina. Por ultimo, está para él clara la inmediatez del gesto de Hermenegildo -"declarada la rebelión", dice-, así como la localización bética, más aún, hispalense, de la misma.

Pero, ¿quién era Goswintha, realmente? Y, ¿cuál fue -o pudo ser- el proceso que llevó a Hermenegildo hasta la rebelión tiránica contra su padre?

Como sabemos, Leovigildo había contraído matrimonio, en segundas nupcias, con Goswintha, esposa de Atanagildo. No tuvo al parecer con ella descendencia, aunque sí de su primer matrimonio, que le había proporcionado ya dos hijos varones: Recaredo y Hermenegildo. Este segundo, el mayor, contrajo matrimonio, a instancias de su padre, con Ingundis, una princesa franca, hija de Sigeberto I y de Brunegilda, hija de Atanagildo. Goswintha era, pues, de hecho, abuela de Ingunda, quien, como franca, profesaba la fe católica.

Cuenta San Gregorio de Tours de qué modo la joven princesa fue instruida en la Narbonense con el fin de que no sucumbiera al arrianismo profesado por los godos. Apenas llegada, sin embargo, Goswintha tomó sobre sí la tarea personal de convertir a su nieta al arrianismo, empeño en el cual, si hacemos caso al turonense, puso un celo desmedido, pues llegó, entre otras cosas, que a cortar los cabellos de la pequeña Ingundis, quien contaba entonces solo 12 años; amén de golpearla, humillarla y arrojarla desnuda a un estanque. Todo lo cual, comenta San Gregorio de Tours, no logró amilanar la profunda y arraigada fe de la joven princesa franca:

Cogió a su nieta por la caballera, la echó a tierra y la pateó y golpeó hasta dejarla cubierta de sangre. Entonces mandó que la arrojasen a la piscina bautismal arriana, pero en medio de tan brutal paliza, Ingundis se mantuvo íntegra en su fidelidad a su religión.

¿Fue, pues, aquella la excitación de Goswintha a que alude en su texto el Biclarerise?

Lo cierto es que, al margen de la tozudez poco efectiva desplegada por la Reina, Leovigildo no parece que interviniese para nada en la desmedida conversión de Ingundis. Es más, aun a sabiendas de la disparidad religiosa, no tuvo ningún reparo en casarla con su primogénito, ni, después de la actuación de Goswintha, le debió quedar resquicio alguno en torno a la confianza depositada en Hermenegildo.

En efecto, aquel mismo año Leovigildo asoció a sus dos hijos al poder en calidad de corregentes, poniendo la Bética, región que, en función de la peligrosa cercanía a los bizantinos, precisaba ser dirigida por un hombre absolutamente identificado con la política leovigildiana, a disposición de Hermenegildo. El hecho de que el monarca tomara aquella decisión, de la cual a buen seguro se arrepentiría más tarde, es prueba inequívoca de cuán lejos se hallaba Leovigildo de adivinar lo que al parecer bullía en el ánimo de su hijo mayor.

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. .. * .En la parte superior .aparece . representado San Hermenegildo, rodeado de serafines,
. .. .. querubines y ángeles. En la Inferior, a izquierda y derecha,. San Leandro y San Isidoro
. .. .. de Sevilla, y en los ángulos, Recaredo niño y Leovigildo

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Suena: Chevaliers de Sangreal

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