martes, 26 de enero de 2010

- DE LA INVASIÓN FRANCESA III


















D. José Moñino, conde de Floridablanca
Francisco de Goya y Lucientes / 1783

Oleo sobre lienzo / 175 x 212 cm.

Museo Nacional del Prado / Madrid






Sevilla, capital de la España libre en 1808

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Da la impresión que en el bicentenario de la Guerra de la Independencia todo queda reducido, erróneamente, al Dos de Mayo y a la celebración, próxima, de las Cortes de Cádiz. Sucede algo así como si se pasara directamente de una cosa a la otra, sin que entre ellas no hubiera otras cosas, también muy importantes, que conmemorar.

En el caso de Sevilla, buena parte de su participación en la guerra napoleónica, tan decisiva en los orígenes de la España contemporánea, se reduce poco más que a la participación de Daoiz en los sucesos madrileños del dos de mayo. Mientras se ignora, sin embargo, que
Sevilla fue capital de la España libre desde la llegada de la Junta Central, el 17 diciembre 1808 hasta su salida para Cádiz, a finales de enero de 1810.














Monumento a Daoiz
Escultor: Antonio Susillo Fernández
Arquitectos: Fco. Aurelio Álvarez / José Solares García

Plaza de la Gavidia / 1889 / Sevilla


Antes de la instalación de la Junta Central en Sevilla, el protagonismo de la ciudad fue extraordinario. La constitución de su Junta Suprema bajo la presidencia del ministro Saavedra, el 27 mayo 1808, desempeñó un papel decisivo en el levantamiento, guerra y revolución de España. Declaró la guerra a Napoleón, al tiempo que restableció relaciones con Inglaterra. Gracias a lo cual obtuvo la victoria sobre la flota francesa del almirante Rossilly, surta en la bahía de Cádiz desde Trafalgar. Sevilla armó y entrenó también el ejército de Castaños que obtuvo la victoria de Bailén. Tras lo cual Sevilla liberó Madrid de las tropas napoleónicas. La entrada del ejército andaluz de Castaños en Madrid en agosto de 1808 fue tan solo comparable a la entrada en la ciudad del Guadalquivir de los «vencedores de los vencedores de Austerlitz», un mes antes. Estos fueron los días más grandes de Sevilla desde la conquista de San Fernando. Pero aún estaba por llegar el período, verdaderamente fundamental, en que Sevilla fue capital de la nación en guerra en la fecha señalada, al instalarse en el Alcázar la Junta Central. En Sevilla murió, a los quince días de su entrada, su presidente, el viejo conde de Floridablanca, que fue enterrado en la Catedral. Fallecimiento que facilitó un hecho insólito: la transición política del Absolutismo al Liberalismo. Un fenómeno extraordinariamente parecido a la transición entre la dictadura y la democracia a la muerte de Franco.














Don Francisco de Saavedra
Francisco de Goya y Lucientes / 1798

Oleo sobre lienzo / 200,2 x 119,6 cm.

The Courtauld Gallery / Londres


Desde Sevilla, convertida en capital de la España libre, se dirigió asimismo la guerra a toda la Nación, y se enviaron embajadores a otros países, desde Inglaterra a Rusia, Suecia o Constantinopla. A Sevilla llegaron los embajadores británicos: Frere, y los hermanos Henry y Richard Wellesley. Y a Sevilla vino para coordinar la guerra contra Napoleón el hermano de los anteriores, Sir Arthur, más tarde duque de Wellington y Generalísimo de los ejércitos españoles. Desde Sevilla se hizo, igualmente, la consulta a la Nación para la reforma política, así como la convocatoria a Cortes.

Por todo ello el período de 1808 a 1810 es, sin lugar a dudas, el período más trascendental de la historia de
Sevilla desde un punto de vista político. En el siglo XVI, Sevilla, como puerto y puerta de América, ocupó un lugar fundamental en la historia, pero solo desde un punto de vista económico. Pues Sevilla nunca tuvo responsabilidades políticas, ni, tampoco, durante esta época tuvo papel decisorio de política económica.

Volviendo al período de 1808-1810, a ninguna ciudad española le ha correspondido una responsabilidad tan grande en el nacimiento de la nueva nación. A pesar de lo cual nada de esto ha trascendido. La fama se la llevó
Cádiz, a la que Galdós consideró como «cuna de la civilización española».

La razón de esta desmemoria es clara. El nacimiento se produjo ciertamente entre 1808 y 1810. Pero
Sevilla, después, se entregó al enemigo sin disparar un solo tiro en 1810. Y la fama de lo hecho en Sevilla se la llevó Cádiz. La claudicación de Sevilla -que se convirtió, además, en la ciudad más afrancesada de España- constituyó una desilusión total a nivel nacional que los patriotas, y después los liberales, y los historiadores liberales no le perdonaron. Hasta producirse una desmemoria total del protagonismo de Sevilla desde el punto de vista del imaginario colectivo.
















Real Alcázar de Sevilla
Puerta del León / Siglo XII


Se comprende que, con el fracaso posterior del liberalismo gaditano y el triunfo del absolutismo fernandino, a Sevilla, que siempre supo ponerse de parte del vencedor, no le interesara resaltar su papel. Por ello toda la contribución realizada por Sevilla se redujo, prácticamente, al heroísmo de Daoiz que es el que ha llegado a nuestros días. Hasta se ha olvidado que la mitificación del dos de mayo, con la del propio Daoiz, fue realizada desde Sevilla por la propia Junta Central, que convirtió la efemérides en fiesta nacional.

(...) El 17 de diciembre de 2008, se cumplen los 200 años de la instalación en Sevilla de la Junta Central, presidida por el anciano conde de Floridablanca. «Es imponderable -escribió la Gazeta- el gozo que manifestó Sevilla al ver que el Gobierno Supremo de la Nación fiaba de su lealtad y la escogía por su asilo». El pueblo quitó las mulas del coche que conducía al presidente Floridablanca, y lo llevó hasta el Alcázar. En la madrugada del día siguiente, la Giralda lanzó los tres repiques de bienvenida, «que llaman de la alborada», costumbre que de tiempo inmemorial observaba la ciudad en el recibimiento de sus monarcas, diría la Gazeta Ministerial de 20 diciembre. Instalada en el Alcázar, sede hasta entonces de la Junta Suprema, Sevilla versus Madrid quedó convertida en capital de la Nación. Un día después, el día 18 diciembre se estableció oficialmente el nuevo gobierno de la Nación.

Manuel Moreno Alonso / Historiador de la Guerra de la Independencia
Tribuna abierta / ABC de Sevilla / Martes, 16-XII-08

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Suena: Doce danzas españolas / Andaluza

........... ..........Enrique Granados / 1890

viernes, 22 de enero de 2010

- LA ANTIGÜEDAD / Hispania


Hispania ...... ....... .. .. .........
Munigua / Sevilla / Siglo Il d. C.
Museo Arqueológico de Sevilla .





La organización durante el Alto Imperio: fantasía bética
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Para la península Ibérica el período del Alto Imperio fue una época de mutación y de aculturación, en una palabra, de romanización.

Durante el mismo las élites hispánicas participaron en la expansión de la ciudad y contribuyeron al éxito de fórmulas de autonomía local derivadas de modelos romanos adaptadas a la lenta difusión de la ciudadanía romana. Justamente la originalidad de la organización romana consistió en delegar una parte de las responsabilidades de gobierno a las élites municipales, mientras el poder central se alzaba como árbitro de la competición por los honores y la integración de los provinciales.





La ciudad hispana
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Para el emperador Hispania era una expresión geográfica y administrativa. Su división en tres circunscripciones provinciales obedecía a necesidades gubernamentales. Políticamente, Roma sólo reconocía a las comunidades y a las élites sociales ligadas a ellas. Las ciudades se presentaban como entidades autónomas capaces de gobernarse a imagen del pueblo romano. Según Plinio el Viejo la Bética contaba con 175 ciudades, la Lusitania con 45 y la Tarraconense con 179, de las que dependían otros 293 centros, lo que supone un total de 399 ciudades autónomas.

A excepción de las grandes aglomeraciones, las ciudades eran de dimensiones modestas, oscilando su población entre los 1.000 y los 2.000 habitantes. Ahora bien, cada una de estas ciudades era el centro de pequeñas aglomeraciones y de una población rural dispersa; en total, ello suponía unos 10.000 habitantes de estatuto libre por cada ciudad, lo que da una cifra aproximada de 4.000.000 de habitantes para el conjunto de la Península, sin contar los extranjeros y los esclavos. En total, la población de esta podría situarse en torno a los 5.000.000 millones de habitantes.


Jurídicamente, las ciudades podían regirse por el derecho romano, que daba plena ciudadanía a sus habitantes, o por el derecho latino, que les concedía una ciudadanía limitada. Existían otros centros regidos por el derecho "extranjero", es decir, el derecho aplicado a los sometidos. A nivel político, el rango de las ciudades variaba según las vicisitudes de la conquista: podían ser colonias, municipios o ciudades indígenas libres, federadas o tributarias.

Se sorprendió Adriano de que los italicenses, así como los otros antiguos municipios, entre los que citó el de Utica, en vez de seguir viviendo según sus propias leyes y costumbres, pidiesen ser convertidos en colonias.

Aulio Gelio / Noctes Atticae

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Las oligarquías urbanas de Hispania aspiraban a mejorar su estatus político en el seno del
Imperio. Itálica, fundada en 206 a.C. conservó hasta mediados del siglo II d.C. sus propias leyes y órganos de gobierno. La ciudad no obtuvo el título de municipio hasta una época avanzada, probablemente con César. Cuando Adriano, nacido en ella, llegó a ser emperador, Itálica solicito el título de colonia. Adriano se sorprendió por esta demanda -recogida en su correspondencia- puesto que por entonces el título de colonia empezaba a ser más bien una carga. EI Emperador creía mas conveniente para la ciudad que conservase sus propias leyes y costumbres, pero accedió a la petición (123 d.C.). La oligarquía de la ciudad desarrolló un impresionante programa de construcciones públicas para mostrar la magnificencia de la nueva colonia. Sin embargo, algunas de estas obras no llegaron a terminarse: Itálica no las pudo costear a finales de siglo, en una época en la que ya se manifestaban los síntomas de la crisis que amenazaba al Imperio.



Anfiteatro de Itálica / Este soberbio recinto, que contaba con unas 25.000 plazas, es testimonio de florecimiento de la ciudad en época de Adriano, quien dedicó especial atención al embellecimiento de la misma.



Miliario
Itálica / Sevilla / 117-138 d.C.
Museo Arqueológico de Sevilla











Adriano, hijo adoptivo de Trajano, y como éste oriundo de Itálica, erigió este miliario. Ambos engrandecieron su ciudad natal, junto a la que, en su época, creció un nuevo núcleo urbano, la Nova Urbs.

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El régimen municipal
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La organización interna de la ciudad estaba en manos de un senado (ordo decuriorum), que se ocupaba de todas las cuestiones esenciales para la vida de la comunidad en materia de religión, derecho publico, finanzas, justicia, embajadas y concesión de honores. La jerarquía de los magistrados comprendía, por orden de importancia, los duunviros, los ediles y los cuestores. En principio, los cargos eran elegidos por el pueblo entre los decuriones. Los ciudadanos locales -populus- tenían poco poder, más alIá de la participación anual en las elecciones. A pesar de elIo, los notables no podían correr el riesgo de crear descontento entre el pueblo, por miedo a posibles revueltas. En este sentido, la regularidad y la abundancia del abastecimiento eran cuestiones respecto a las cuales la población era poco transigente.

(...) También se esforzaba, además, por tener noticias detalladas de los almacenes de vituallas del ejército, e inspeccionaba diligentemente las rentas de las provincias por si faltaba algo en algún sitio subsanar la deficiencia.

Historia Augusta / Adriano, 11,1

A pesar de que el evergetismo era el corolario obligatorio de los cargos municipales, las grandes obras monumentales -áreas de triunfo, teatros, anfiteatros, plazas, termas, acueductos, etc.- únicamente se erigían en ciudades ricas y políticamente importantes, como Tarraco, Itálica , Emerita, etc...




Campo y ciudad
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Isla Mayor / Sevilla.

La expansión del urbanismo implicaba un importante desarrollo de la agricultura. La paz romana facilitó una mejor explotación del suelo y la introducción de técnicas y prácticas itálicas, lo que probablemente trajo consigo un aumento de la superficie cultivada y el aumento de la producción, así como la extensión de nuevos cultivos como la vid y el olivo, además de una mejora de los rendimientos cerealísticos. La difusión de las villas (villae) permite apreciar la evolución de la agricultura. Estos centros de explotación agrícola aparecieron desde época republicana en el sur de la Lusitania, pero fue con posterioridad a Augusto cuando se extendieron por Cataluña, Levante y el valle del Ebro.

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Sepulcro de la familia Atilia / Sádaba / Zaragoza / Siglo II d.C.
Durante el alto imperio, el aumento de poder e influencia de la oligarquía hispanorromana en Hispania y en la propia Roma halló su correlato en los monumentos privados y públicos que erigió.

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Paradójicamente, su aparición en la Bética fue tardía, lo que se ha atribuido a diferentes causas: las vicisitudes de las guerras civiles, que afectaron especialmente a dicha provincia; el predomino de los asentamientos de veteranos, que dividieron las mejores tierras en pequeñas propiedades familiares, a la larga continuidad del sistema de explotación indígena. Durante la dinastía de los Flavios la villa se desarrolló en las regiones interiores y septentrionales. La prosperidad agrícola se benefició de la multiplicación de los intercambios comerciales y la apertura de circuitos interprovinciales.

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De entre los productos hispanos consumidos preferentemente en Roma destacaron el vino y el aceite. El vino layetano era conocido, aunque no muy alabado; su precoz comercio hacia el sur de la Galia afectó finalmente al propio mercado itálico, como destacan Plinio y Marcial. También los vinos de Lauro -Liria- o de Tarraco fueron consumidos en la capital.

Un caso un poco diferente fue el del aceite hispano, de origen bético en su mayor parte, que se exportó a Roma y al resto del Imperio a través de un tributo, la annona imperial. Su consumo en Roma ha quedado demostrado por el estudio del monte Testaccio, que, como indica su nombre, es una colina artificial formada entre los siglos I y III d.C. por fragmentos de envases cerámicos, procedentes sobre todo de la Bética y acumulados allí tras vaciar su contenido en los almacenes de Roma. Éste es un concluyente testimonio de la importancia del comercio del aceite en la economía imperial.

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Por entonces el artesanado conoció un nuevo auge. En las ciudades más romanizadas, los artesanos eran generalmente de origen servil o liberto. En cambio, en los centros más ruralizados, donde predominaba la población sin derecho de ciudadanía, los artesanos eran por lo general hombres libres. Los productos especializados, como las cerámicas de mesa, circulaban a través de comerciantes especializados. La producción artesanal de otros objetos no sobrepasaba el ámbito regional, y estaba estrechamente relacionada con los centros rurales y los mercados locales.

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Bomba de achicar agua de Ctesibio
Minas de Sotiel Coronado / Siglos I o II d.C.
Calañas / Huelva
Museo Arqueológico de Nacional / Madrid















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La riqueza en metales de la Península llevó a Roma a legislar todos los aspectos referentes a la actividad minera. Las minas, de propiedad estatal, se arrendaban a particulares. De época altoimperial -probablemente de tiempos de Adriano, aunque basada en una legislación anterior promulgada por los Flavios- se conserva en Aljustrel -Alentejo, Portugal- una ley de este tipo, la Lex Metalli Vipascensis, documento en bronce único en el Imperio. En ella se regulaban tanto aspectos técnicos de las explotaciones mineras -subasta de pozos, su apuntalamiento, las condiciones de los canales de conducción de aguas, etc.-, como cuestiones relativas a las personas y profesiones que tenían que ver con la explotación: banqueros, médicos, barberos, baños públicos, picadores, fundidores, etc. Se fijaban así tasas, derechos y obligaciones de los servicios que afectaban a los mineros, garantizando tanto el buen funcionamiento de la explotación como la obtención del máximo provecho tributario para el fisco imperial.





Los hispanos
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Antes que otras regiones del Imperio, Hispania albergó un importante contingente de ciudadanos romanos. En un primer momento, estas familias contribuyeron a la asimilación del modelo ciudadano. La integración completa de los indígenas se efectuó mediante la concesión de la ciudadanía romana de pleno derecho. No obstante, el estatuto ciudadano romano no era incompatible con el ejercicio de la ciudadanía local, independientemente del régimen jurídico de la comunidad de origen del individuo.

La ciudadanía romana implicaba la sumisión a los dioses romanos y al emperador reinante, el uso corriente del latín, la aceptación del derecho público y privado romano, el pago de ciertos impuestos, el servicio en las legiones y ciertas garantías judiciales, como el derecho a ser juzgado por tribunales especiales. Se cree que, en época de Augusto, los hispanos con ciudadanía romana representaban el 20 o el 25 % del total de la población peninsular.

Cada hispano consideraba su ciudad natal, su natio, como su verdadera patria, de la cual se sentía orgulloso y solidario. Las élites locales no surgieron únicamente de entre los indígenas que accedieron progresivamente a la ciudadanía: en las ciudades tempranamente romanizadas también aparecieron grupos de notables ambiciosos y competitivos, lo que explica el importante peso de los senadores de origen hispano en época de los Flavios y a inicios de dinastía de los Antoninos. Fueron estos grupos los que promovieron a Trajano y Adriano a la dignidad imperial.


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............ Sestercio con la efigie de Trajano, el primer emperador de origen provincial. 98-117 d.C.
............ Gabinete numismático de Cataluña / Gabinet Numismàtic de Catalunya / MNAC / Barcelona

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Andalucía es de cine

Paisajes de Andalucía

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Suena: Fantasía Bética I / Fantasía Bética II..

........... .......... Isaac Albéniz / 1919

martes, 19 de enero de 2010

ACTUALIDAD / El drama de Haití






La resaca colonial
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Haití es, en una perspectiva meramente histórica, uno de esos despropósitos que se fraguan, en los territorios que no le interesan a nadie, en los intervalos en que se relevan los imperios. Primero tuvo la desgracia de convertirse en refugio y cuartel de bucaneros y filibusteros franceses, menos constructivos que los aventureros, hijosdalgos y misioneros que España y Portugal enviaron al Nuevo Mundo y, después, lo mejor que puede decirse de la parte occidental de La Española es que el general Toussaint-Loverture, precursor de la independencia y gran apóstol de la abolición de la esclavitud, poseía y explotaba una plantación de café atendida por esclavos procedentes del mismo lugar africano de donde era su abuelo, lo que hoy conocemos por Benín.

Mapa maritimo del Golfo de Mexico e islas de la America, para el uso de los navegantes en esta parte del mundo, construido sobre las mexores memorias, y observaciones astronomicas de longitudes, y latitudes. Dedicado a la Catholica Magestad de Don Fernando VI Rey de España, y de las Yndias, por sus más rendidos, y fieles vasallos, Thomas Lopez, y Juan de la Cruz realizado en 1755 / 560 x 790 mm.
Francia fue, especialmente en América, una mala potencia colonial. Su huella en Haití no es la de una siembra positiva y paciente, sino la de un precipitado coge todo lo que puedas y sal corriendo. Si España no hubiera preferido en el Tratado de Rijswijk, al final de la guerra de Francia y la Gran Alianza, la porción de Cataluña invadida por los franceses que una parte de Santo Domingo, las cosas hubieran sido de otro modo. Como se ve, en contraste con las repúblicas iberoamericanas, mejores para Haití, el segundo país del Continente en obtener la independencia y el más desafortunado de todos ellos. Un escenario dominado por la corrupción, el ron y el vudú.

Carte de l'Isle de Saint Domingue dresseé en 1722 pour l'usage du Roy / Guillaume De L'Isle / 485 x 630 mm.

Ahora, ante la luctuosa circunstancia que marca la actualidad haitiana, el Gobierno de Washington, consciente de su «responsabilidad imperial», se ha sentido obligado a encabezar las ayudas que reclaman Puerto Príncipe y su catastrófico entorno. Barack Obama, en persona, ha liderado el socorro de un territorio desamparado tras dos siglos de independencia inane y de líderes depredadores. Francia, la metrópoli germinal de la situación, se siente ofendida y acusa a los EE.UU. por protagonizar, y encauzar, la ayuda mundial. Brasil y otros grandes estados de la región tampoco aplauden el ímpetu norteamericano y así, como suele suceder, lo fundamental -la ayuda a unos cuantos millones de desventurados- pasa a segundo plano. Salvo Francia, que no hizo lo debido en tiempos de Luis XIV, a todos les sobran razones para esos absurdos celos de protagonismo; pero un «imperio» que no ejerce como tal deja de serlo y a eso, afortunadamente, no parece que Obama quiera renunciar.

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Manuel Martín Ferrán ./. La resaca colonial........Ad líbitum / ABC / Madrid / Martes, 19.I.10
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Suena: Knockin' on Heaven's Door / Ghosts of Cité Soleil
........... .......... Wyclef Jean / 2006